esperamos con mucho anhelo que él regrese… Él tomará nuestro débil cuerpo mortal
y lo transformará en un cuerpo glorioso, igual al de él
Filipenses 3, 20-21

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Luego que dio comienzo el registro de la Palabra de Dios/Elohim, a partir de Moisés, el relato de las constelaciones -ya deturpado varias veces por las distintas civilizaciones que intentaron apropiarse de sus misterio- dejo de tener vigencia para la comunicación del propósito divino a los hombres. De todos modos podemos leer en el libro de Job -el mas antiguo de la Biblia- afirmaciones que sostienen que el Autor de las Constelaciones es Dios/Elohim (Job 9:9; 38:31). Y aun encontramos referencias en Amos 5:8 e Isaias 40:26 que nos dicen -con respecto a las estrellas- que Él es quien «las saca y las llama por su nombre», y que son Su «ejercito» y que «lo adoran» a Él (Nehemias 9:6). Y en Job 38:33 se lee:


«¿Supiste tú las ordenanzas de los cielos?
¿Dispondrás tú de su potestad en la tierra?»


Sin embargo, toda esta espléndida sabiduría concretada en los cielos y el poder manifiesto del Omnipotente dio origen con el pasar de los siglos a una extraña inversión y se comenzó a adorar el ejercito celestial olvidando a su Creador. Y esto se asoció después con la adivinación profana e idolátrica, definiendo un culto abominable que robaba la adoración de Aquel que era su legitimo destinatario y se la entregaba a los astros por Él creados. A ellos se les quemaba incienso en lugares altos (2 Reyes 17:16;23:5) dejando de lado «todos los mandamientos de YaHWéH». El relato inscripto en las constelaciones era -en realidad- la firma del creador del universo sobre su creación, pero esto había sido trágicamente invertido.


Y finalmente esta corrupción provocó Su ira y la condenación expresa a toda observación de los astros ya que esta era solo soporte de grosera adivinación. Así se diluyó en las tinieblas de la historia el magnifico relato revelado a Set -cuyos cuidadosos registros nunca conocimos- y que por mucho tiempo fue el único testimonio a los hombres del Plan de Redención de la humanidad programado desde «antes de la fundación del mundo» por Dios/Elohim -YaHWéH-. Y así hoy observamos con el entendimiento entenebrecido los vestigios de aquel fresco celeste original cuyos protagonistas -las constelaciones y los astros- siguen marcando «años y fechas especiales» en el reloj universal del Eterno.


Sin embargo, como restos discernibles de ruinas de nobles edificios, por momentos intuimos su antigua gloria cuando los vemos a la luz inerrante de la Palabra. Este es el caso del relato de «Perseo», «Andrómeda» y el caballo «Pegaso», así como de «Ofiuco» y la «Serpiente» que pueden discernirse con meridiana claridad a partir de los dogmas básicos de nuestra fe que para nada contradicen, sino que reafirman maravillosamente, aumentando así -si posible fuera- nuestra fe en el Creador de los «cielos y la tierra».

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«Venus» -el lucero de la mañana- ha representado en el cielo a los «dioses» mas «influyentes» de la mitología a lo largo de la historia de la humanidad. En Sumeria representó a la terrible Inanna, en Babilonia a Ishtar, y a la Astarté fenicia que se adoraba junto con el «ejercito de los cielos» en el reino norteño de Israel -Samaria- y luego en Jerusalem lo que provocó la ira y la prohibición de YaHVéH de la observación de los cielos.


Y el «lucero de la mañana» fue asociado a Isis en Egipto, y a Demeter, Ceres o Venus/Afrodita en la mitología grecorromana. El carácter de los «dioses» y «diosas» asociados a este astro -ahora lo llamamos planeta- tenía características que se relacionaban con la particular evolución en los cielos del «lucero de la mañana». Lo mas destacable es que «Venus» aparece 260 días en el anochecer -en su elongacion oeste- luego se sumerge detrás del horizonte durante 50 días y vuelve a aparecer -en su elongacion este- en el cielo del amanecer durante otros 260 días. Su aparición en el amanecer es la mas conocida, pero también lo hace durante su evolución celestial en el atardecer y entonces su «significado» se invierte de benéfico a melifico. Pero además, durante su evolución, tanto en el amanecer, como en el anochecer, va cambiando su brillo a lo largo de los días generando un espectáculo llamativo de gran vivacidad y encanto, siempre cercano al horizonte y por lo tanto a la vista pedestre del hombre.


Esto es lo que lo hacía siempre notable a la vista de aquellos que vivían en edades antiguas debajo de la bóveda estrellada percibiendo cada una de sus sutilezas. En el momento de su mayor brillo «Venus» es el astro mas brillante en el cielo -después del sol y de la luna- pudiéndose verse sin dificultad aun durante el día. Y antes de sumergirse detrás del horizonte, o en el momento de emerger luego de 50 días de ausencia, manifiesta un aparente centelleo que agrega misterio a su evolución celestial.


En las mitologías antiguas, muchas veces el «dios» asociado con «Venus» cambia de nombre -o de «dios»- ya sea la fase vespertina o a la matutina. En el caso de Ishtar hasta cambia de sexo, siendo masculina en su fase matutina y femenina en la fase vespertina. La civilización contemporánea -que vive bajo las «luces de neón» o frente al centelleo de la pantalla de TV- ignora los fenómenos celestes, y quizás le parezca algo menor que a nuestro Señor se le asocie en la Palabra con el «lucero de la mañana». Sin embargo -como ya referimos en otro estudio- Dios/Elohim puso los luceros en el cielo y determino sus trayectorias, su brillo, su color y características particulares, con un propósito específico: ellos no están allí por casualidad, ni se mueven ajenos al Propósito de Dios/Elohim -YaHWéH-, su Creador.


Así, si conociéramos la astronomía inspirada que le fue revelada a Set, encontraríamos en las características y evolución de los astros principales muchos mensajes claros del Eterno. La singular belleza del brillo de «Venus» -por ejemplo- se debe a que su atmósfera es gaseosa y refleja los rayos del sol de una forma resplandeciente y vibrante; pero podría no ser así. «Venus» podría ser seco y sin atmósfera, un pedazo de roca tórrido colgando en el cielo, pero así no podría representar al Hijo del Dios Viviente: por eso tiene una atmósfera incandescente y es como es: para que su brillo y trayectoria cautive el corazón de los hombres. Dios/Elohim puso los luceros como «señales», no para que los exploremos tentando sacar algún provecho de ellos. De ninguna utilidad pueden sernos porque no están allí para protagonizar aventuras espaciales sino como manecillas de un inconmensurable reloj cósmico que marca los misterios del Eterno tal como citamos mas arriba:


«¿Supiste tu las ordenanzas de los cielos?
¿Dispondrás tú de su potestad en la tierra?»
Job 38:33.


Esto quiere decir que hay un inmenso orden divino -inalcanzable para los límites finitos de la mente humana- «tanto en los cielos como en la tierra» y una coordinación precisa entre ambos.

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Para abundar, digamos que hay ciertos hechos que llaman nuestra atención en la mitología antigua: los «dioses» asociados con el «lucero del alba» son una mezcla difícil de entender: son a menudo «dioses» del amor y a la vez guerreros, sin entenderse cual de las dos características es la que prevalece en su carácter. Infundían tanto amor servicial, como terror en sus prosélitos, y, con frecuencia, encontramos en sus «biografías» que  «descendían» a los infiernos o al «reino de la muerte» en busca de alguien o de algo y «emergían» de allí victoriosos. También estaban frecuentemente asociados con los misterios de la germinación vegetal -los «cultos de la fertilidad» que tanto ofendieron a Dios/Elohim- y con la estación de la cosecha.


Todo esto aparece como una mezcla caprichosa de cosas diferentes y contradictorias, pero revelan ciertos temas o tópicos comunes a todas las mitologías a lo largo de los siglos, con variaciones es claro, pero con una constancia en lo que se refiere a los «dioses» asociados al «lucero de la mañana/tarde» que no deja de ser curioso y merecedor de un explicación tentativa. Vamos a llegar a ella enseguida porque es interesante para nuestra edificación, pero antes es útil agregar que al «lucero de la mañana/tarde» no solo lo veneraron las grandes civilizaciones centrales de la humanidad que acabo de citar, sino que en América el mundo Maya fundaba todo su complejo -y casi perfecto- sistema de cronología astronómica -su famoso calendario- en los ciclos del astro que llamamos «Venus».


Además: Quetzalcóatl -la «serpiente emplumada» recuerda a la que sostiene «Ofiuco» férreamente con sus manos para que no alcance a la «corona»- estaba también asociada al «lucero de la mañana». Tanto que Quetzalcóatl era llamado también «el Señor del Alba», expresión cuyo significado es equivalente a «lucero de la mañana». ¡Tremendo ejercicio de usurpación!

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Ante tanta «competencia» por la titularidad del «lucero de la mañana» por parte de los «dioses» principales de las mitologías de todos los tiempos es imposible no reflexionar que una de las explicaciones mas apropiada para esta misteriosa «concordancia» sea la de que las «inscripciones en piedra» que Arzubanipal había leído gozosamente y que provenían «desde la época anterior al diluvio» -refiriéndose a la columna de piedra en que la familia de Set grabó los misterios de la astronomía inspirada- fueron leídas por muchos que quisieron robar sus sus secretos. Y así los elementos básicos sobre el misterio de los cielos inscrito en esa piedra prediluviana influyeron -sin la interpretación inspirada que los hacía válidos- al mundo antiguo generando relatos de segunda y tercera mano tomados toscamente del Relato original que fueron desfigurándolo y engendrando «hijos bastardos» que son los «dioses» y «diosas» principales de las mitologías antiguas.


Esto explicaría porque el «lucero de la mañana» es tan disputado en el panteón de los dioses mitológicos. Es decir, nos parece que uno de los misterios que se escaparon de aquella piedra con inscripciones sagradas fue este que comentamos: la asociación del «lucero de la mañana» con «Alguien» poderoso que era «Señor del cielo» y -a la vez- cercano a los hombres, que sufrió en manos humanas por inspiración del maligno, que era tierno y amable por los hombres pero también tenía un perfil que infundía temor; que descendió a los «infiernos» y de allí volvió.



No todas estas características se dan juntas en un solo «dios»/»diosa» de las mitologías antiguas, muchas veces se dan unas y no otras, pero es frecuente que el carácter «contradictorio» se manifieste de algún modo. Además, en el caso de Quetzalcoat, el mas coherente con el relato bíblico de todos los «dioses»/»diosas» mitológicos asociados con el «lucero de la mañana», se añade un detalle no menor: la creencia de que volvería a terminar una obra abruptamente interrumpida e inaugurar un periodo de felicidad nunca visto por los hombres.

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La explicación mas plausible -entonces- a estas concordancias mitológicas de todos los tiempos es que nuestro Señor -el «lucero de la mañana» en el texto bíblico- posee rasgos contradictorios coexistiendo en una misma Persona que fueron mal interpretados por las copias de mala calidad que pretendieron sustituirlo.


En efecto: nuestro Señor es el Cordero expiatorio y al mismo tiempo el León de Juda victorioso, es el que viene «humilde, y cabalgando sobre un asno» y el portentoso Jinete que abrirá los cielos al final de la historia (el «Fiel y Verdadero… montado en un caballo blanco»); es el Siervo sufriente de Isaias 53 y el Mesías Príncipe de Daniel 9:24-2; es el que colgó de la cruz exánime con el cuerpo destrozado a latigazos, y también el que «descendió a los infiernos» y se levanto de los muertos al tercer día. Es el verdadero hombre y el verdadero Dios en una sola Persona. En el Apocalipsis es el Cordero que se ira y despierta terror (Apocalipsis 6:16), opuesto al «Siervo sufriente» y pacifico de los evangelios. Y así podríamos seguir añadiendo «contradicciones» aparentes que, sin embargo, no componen un carácter contradictorio y/o caprichoso cuando se refieren al «Hijo de Dios»/»Hijo del Hombre» sino que por lo contrario todo encuentra en Él ese equilibrio y coherencia superior que nos llena de estupor y admiración, propio de la sabiduría divina.


Es por eso que la evolución de «Venus» en el cielo, su salida a la mañana con la frescura del rocío durante un período de tiempo y su apariencia temible anunciando el advenimiento de las tinieblas de la noche en otro tiempo, el acercamiento y alejamiento de su trayectoria del disco solar sobre la línea del horizonte evolucionando hacia un lado y hacia el otro en una región cercana al horizonte y -por tanto- a la vista de todos, sus fases y los sorprendentes cambios de brillo que caracterizan su trayectoria, sumado a su misteriosa desaparición del cielo durante 50 días, todo eso, relata la pasión y la victoria del Hijo de Dios, Su muerte, Su visita al infierno y Su resurrección, así como Su amor misericordioso por los que en Él creen y Su ira destructora sobre los impíos en Su segunda al final de los tiempos.

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Para culminar estas referencias que tejen los hilos profundos de la historia religiosa de la humanidad veremos la ultima faceta: nuestro Señor también estuvo asociado con las cosechas, como muchos de los «dioses» y «diosas» asociados al «lucero de la mañana» que cito en el inicio de esta nota.


En ISRAEL había dos series de fiestas solemnes: las fiestas de la primavera, y las fiestas de otoño. Las primeras tienen como evento central la Pacua/Pesaj, y las segunda las Fiesta de los Tabernáculos. En ambas había eventos y significados vinculados a la cosechas, solo que en las fiestas de la primavera se celebraba la cosecha de granos y en la de las fiestas de otoño las cosechas de frutos. Las «diosas» vinculadas al «lucero de la mañana» en las mitologías antiguas se vinculaban con la cosecha de granos. Leemos en 1 Corintios 15:20:


«pero ahora Cristo ha resucitado de los muertos;
primicia de los que murieron es hecho»


esto hace referencia a la fiesta de las primicias que era el evento final de las fiestas de la primavera y se celebraba «meciendo las gavillas» de la primera cosecha de granos delante de YaHVéH.


«Y el sacerdote mecerá la gavilla delante de YaHWéH,
para que seáis aceptos; el día siguiente del día de reposo la mecerá».
(Levíticos 23:11)


Y el día de esa fiesta caía siempre en domingo -primer día de la semana- día en que Jesus/Yeshua resucitó de entre los muertos revestido de gloria y que luego fue el día de la semana escogido para celebrar la cena del Señor. De este modo el «lucero de la mañana» bíblico -nuestro Señor Jesucristo/Yeshuahamashiaj- esta estrechamente asociado a la festividad agrícola asociada con la cosecha de los granos en ISRAEL y ordenada por YaHVéH como una santa convocatoria.


Es en estas cosas que las mitologías hicieron una pésima copia asociando -en medio de significados que incluían la idea de muerte y resurrección como en el caso de Osiris y Demeter/Ceres- a  «dioses»  de cultos idolátricos con la cosecha de granos y representándolo con el cintilante astro que hoy llamamos «Venus», usurpando su Significado que daba gloria al Hijo de Dios dado a los hombres para morir por sus pecados.

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Concluyendo: hubo copias funestas a lo largo de toda la historia de la humanidad que intentaron apropiarse de la sabiduría de las «ordenanzas de los cielos» y de nuestro «lucero de la mañana» construyendo sistemas de adoración idolátricos que vagamente reflejaban a veces -«como por un espejo oscuro»- el Conocimiento que se había filtrado de las inscripciones de la columna de piedra grabada por Set antes del diluvio. Pero «la raíz de David» -Jesucristo/Yeshuahamashiaj- es el verdadero y único «lucero de la mañana» y su Magnificencia y Carácter se distingue con nitidez de las falsificaciones del  mundo antiguo. Además, Él no es un ídolo mudo escondido en un templo o en una construcción de piedra escalonada: esta Vivo desde la eternidad hasta la eternidad y habita, si le damos cabida y lo invitamos, en nuestros corazones para salvación y vida eterna. Amen y amen.


para información adicional leer:

la observación de Venus

en Wikipedia

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