esperamos con mucho anhelo que él regrese… Él tomará nuestro débil cuerpo mortal
y lo transformará en un cuerpo glorioso, igual al de él
Filipenses 3, 20-21

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En el año 2003 escribí el articulo que transcribo. Eran días en que el mundo ya sabía de una nuevo fracaso en las negociaciones de «paz» entre el Estado Judío y los palestinos, llevada a cabo esta vez en Camp David por mediación del presidente Clinton, y cuando ya se había desatado la «segunda intifada». Quienes conocemos la profecía sabemos que todo intento de paz por medios políticos en esa región central del mapa profético es imposible. Una quimera. La Paz solo será firmemente establecida con la irrupción sobre el monte de los Olivos del Rey de reyes y Señor de señores. Y porque gran parte de lo escrito sigue siendo válido hoy, lo volvemos a publicar.

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«el alboroto de los que se levantan
contra ti sube continuamente»
Salmo 70:23


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El tema del Estado de Israel es muy ambiguo de tratar. Por ejemplo: si se le pregunta a algún político israelí cual es la razón para que el Estado de Israel no tenga constitución (creo que es de los pocos países del mundo que no la tiene) le va a contestar que es porque en 1948 no se pusieron de acuerdo sobre si ese Estado que nacía en tiempos dramáticos tenía que ser una República o un Reino. Y no quisieron abrir esa discusión en tiempos críticos para su supervivencia. Además, estaba escondido en esa pregunta el espinoso problema de que, si por acaso se resolvía que el naciente estado fuera un reino, este debería de tener un rey: ¿Y quién debería de ser ese Rey?. (nota 1)


Y otro tema crucial que vuelve a ponernos de frente a una ambigüedad de fondo en todo lo que sucede en el Estado de Israel se presentó cuando se tuvo que decidir cual sería la actitud a asumir en cuanto a la posesión o no del “Monte del Templo”, la hermosa explanada construida por Herodes para enmarcar el Templo por él reformado y hermoseado. Se cuenta que David Ben Gurion, la persona de mayor estatura política en 1948, confesaba privadamente que prefería que el «Monte del Templo» -la explanada- permaneciera fuera de la jurisdicción del nuevo Estado Judío a los efectos de no abrir la discusión de si allí debería construirse un nuevo Templo Judío o no. Y es que si por acaso se decidía que sí, que debía de construirse ese Templo –ahora llamado Tercer Templo– tendrían que aparecer los sacerdotes para ministrar en el. Y si hubiera sacerdotes -además de encontrarlos y reconocerlos después de casi 2.000 años de diáspora y sin anales- esto solo podría estructurarse bajo la autoridad del poder rabínico y, entonces, el poder político quedaría limitado por el poder religioso. Otro intríngulis insoluble para quienes concebían la mayor ambigüedad de todas: un Estado judío, laico.


Así es que, cuando en l970 el ejercito de Israel reconquistó el Monte del Templo que estaba en manos del Reino de Jordania, Moshe Dayan -otra figura mítica del Estado Judío– no tardó mas de 10 días en cederlo a una administración palestina –el Wakf- especialmente creada para ese fin para de ese modo evitar enfrentarse a la edificación del Templo que sin duda desataría grandes tormentas políticas y religiosas en la zona. Y hoy permanecen allí -en la explanada del Monte del Templo- dos símbolos relevantes del islamismo mundial: la mezquita de AlAqsa y el «Domo de la Roca», es decir, una mezquita de buenas dimensiones finamente decorada y un edificio rematado en una cúpula recubierta de oro como cobertura de la roca que aflora sobre el nivel del piso sobre la cual el Islam afirma que Abraham levantó el cuchillo del sacrificio sobre Ismael, no Isaac. Es decir, no solo el islamismo se apropió del territorio del Templo, sino que intenta apropiarse de la teología hebrea cambiando sus personajes. Y otro intento islámico de torcer la Palabra a su favor, de robar sus profecías, es sustituir al Profeta -que solo puede ser el Hijo de Dios hecho carne, Jesús/Yeshua, Mesías de Israel- por Mahoma, lo cual es el mayor robo de la historia, de amargos frutos.


Y porque estos dos símbolos islámicos están instalados allí, a pesar de que es el lugar mas sagrado del planeta para el judaísmo, y el único lugar sagrado de esa fe, los palestinos y los árabes afirman que Jerusalem les pertenece. La vacilación y ambigüedad en que se ha movido el Estado de Israel desde su fundación convalidó en gran parte la situación actual. Y esta vacilación también ambienta la afirmación de los palestinos -es decir los voceros de Arafat, ya que el pueblo palestino es una ficción histórica– de que nunca hubo en lo que hoy llaman Explanada de las Mezquitas un Templo Judío. Cierto es que la furia romana arrancó hasta los cimientos del Templo de Salomón reformado por Herodes en su afán de borrar el carozo sagrado de la díscola provincia que los desafiaba. Y así se borró para siempre todo vestigio de la existencia de un Templo Judío a partir del el año 60 de nuestra era.  Esta ausencia de vestigios del Templo que era el epicentro de la fe judía  –exceptuando el contrafuerte occidental de la explanada que constituye el hoy llamado “muro de los lamentos”- es aprovechado por la malintencionada tesis palestina de la no existencia en toda la historia de algún Templo “Judío” en “su” explanada. Y es que fue tanta la furia romana y el empeño por eliminar de la historia la fe y el pueblo judío que llegaron a utilizar la explanada para plantar una huerta, es decir: la explanada fue arada en toda su extensión y toda piedra o vestigio del Templo que vio Jesús removido. Hoy la mezquita de AlAqsa y el Domo de la Roca hieren la sensibilidad de quienes hasta allí peregrinan para ver los lugares santos de la fe judeocristiana. Son un anacronismo al que estamos tan acostumbrados, o malacostumbrados, que no percibimos que reflejan la ambigüedad aguda y chocante que es la marca de identificación de todo lo que sucede en esa geografía. Y como la ambigüedad es la clave de los conflictos interiores del Estado de Israel a veces no reparamos que la gran mayoría de sus ciudadanos, a pesar de que el Estado de Israel confiesa a «Elohim» en su propio nombre, son ateos. Y de los mas recalcitrantes. En cierta forma, no hay peor ateo que un judío ateo.


El conjunto de todas estas cosas hace que hablar la Verdad de Dios/Elohim en esa región del planeta este vedado. La Verdad «tropieza en la plaza», es políticamente incorrecta y permanece ajena a los comentarios que chorrean sin cesar sin enfrentar la realidad.  Y es que la Verdad tiene mala prensa. Y el Estado de Israel entonces sigue luchando en las tinieblas de la noche contra el Ángel de Peniel a la espera de un amanecer que le revele su verdadera identidad y lo bendiga. Tiene valor, como Jacob, pero como Jacob vive entre ambigüedades. Y este doble animo, esa Verdad soslayada, alimenta una tensión insoportable en el campo político, pero sobre todo en el campo espiritual, y levanta el muro de constantes malentendidos, de azarosas idas y vueltas, con tensas negociaciones sobre una «paz» imposible.


Fue esa tensión y ambigüedad que corta el aire la que llevó a  Ariel Sharon -en setiembre del año 2000- a subir la rampa que lleva desde la plaza del «muro de los lamentos», al pie del contrafuerte occidental, hasta la «Explanada de las Mezquitas» –es decir, el Monte del Templo- desatando «la segunda intifada» que llega hasta el día de hoy. En ese momento Ehud Barac, del partido laborista, opuesto al Likud, era el Primer Ministro y le proveyó a Ariel Sharon 1000 guardaespaldas para que realizara ese ascenso histórico que reventó la burbuja en la que se había vivido agónicamente hasta ese entonces provocando una hostilidad abierta. Y es que Ehud Barac recién había regresado de Camp Davis en donde su oferta de «paz», de una generosidad rayana en lo imposible, había sido tirada al trasto de la basura por Arafat dejándolo en ridículo ante propios y extraños.


Y Ehud Barac en consecuencia nunca culpó a Ariel Sharon por haber encendido el fósforo de la segunda intifada, a pesar de ser su enemigo político.  ¿Pero cual fue el origen de este conflicto que llega hasta hoy y convoca la atención mundial? Pues, en buena parte, el hecho de que los judíos como nación en la idealización de su Estado moderno no quisieron tomar una posición de integridad como pueblo ante Elohim. Quisieron hacer un estado laico en 1948 evitando así el compromiso de reconocer su origen teocrático, y se deshicieron en 1970 como «papa caliente» del Monte del Templo para buscar el consenso con sus vecinos y evitar tener que definirse internamente frente a la demanda de una explanada del Templo sin Templo Judío y ocupada por un impostor de su fe. Y esta ambigüedad consustancial con la fundación del Estado de Israel es la que conduce a lo que ya fue anunciado por Jeremías:


«…curan superficialmente la herida
de mi pueblo, diciendo:
Paz, paz; y no hay paz»


El Estado de Israel no podrá reclamar nunca para si a Jerusalem como capital «única e indivisible» hasta el momento en que en la Explanada del Templo haya un Templo Judío en vez de dos símbolos del islamismo. Esta es la realidad que nadie este preparado a enfrentar: ni los judíos por su ambigüedad nacional, ni sus aliados, ni sus enemigos, ni el mundo en general, aunque la dialéctica de los hechos que ocurren bajo el escrutinio del Altísimo los empuje inexorablemente hacia la ocupación del Monte del Templo y la construcción del Tercer Templo Judío. Y es que pocos tienen oídos para oír la Verdad insoslayable de que el conflicto entre el Estado de Israel y el pretendido estado palestino crecerá angustiosamente en violencia mucho mayor de lo visto hasta hoy, y el mundo acompañara este crescendo terrorífico del mismo modo que una hoja caída en el río se hamaca al compás de las ondas concéntricas producidas por una piedra arrojada en su lecho. Y esto será así hasta que el Mesías de Israel rompa el cielo justo encima del Monte de los Olivos para liberar a los judíos de una apretura mortal en tiempos difíciles cuando la potencia protectora y su hermano mayor –los EEUU– ya esté exhausta en su voluntad y poderío.


Por supuesto que no se me escapa que Ben Gurion y Moshe Dayan fueron prudentes y sabios desde el punto de vista de la política de este mundo con las actitudes ambiguas que adoptaron. Pero tampoco se me escapa que mas tarde o mas temprano el Estado de Israel tendrá que pronunciarse sobre los temas que evitó laudar en 1948 y en 1970: es decir, ¿el Estado de Israel es -o debe ser- un estado teocrático, si o no? ¿la explanada del Templo pertenece o debe pertenecer efectivamente al Estado de Israel, si o no?.  ¿Es deber de ese Estado construir allí un Templo Judío en el lugar del «Domo de la roca», si o no?.


Y cuando finalmente lo decidan por la dialéctica mortal de los hechos, el mundo estará tomado por la ultima y mas siniestra marioneta de la Serpiente Original y el estruendo alrededor del Estado de Israel será ensordecedor. En esos días las esperanzas parecerán agotadas, el camino sin salida y el exterminio que amenazó al pueblo judío en cada vuelta de la historia parecerá un hecho inevitable. Pero la salvación vendrá de lo Alto, en ese tiempo estaremos al borde del Reino Mesiánico, en el liminar del tiempo de la “restauración del Tabernáculo de David” -el Reino de los Cielos- y de la señal temible del Hijo del Hombre cruzando los cielos. Y es que Dios/Elohim siempre termina decantando las ambigüedades de quien ama, aunque usa métodos poco convencionales.


Por eso creo que el Estado de Israel deberá estar cada día mas atento a Abdias 21:


«Y subirán salvadores al monte de Sión
para juzgar al monte de Esaú;
y el reino será de YaHWéH»

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Montevideo 7 de noviembre de 2003

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Ver: «Una paz inefable finalmente irradiará de Sión»

«El nacimiento repentino de una gran nación»

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Nota 1): es interesante señalar que para estructurar su naciente Estado sus fundadores adaptaron párrafos de la constitución de Inglaterra. Y la Casa Real de Inglaterra es descendiente de la Casa de David. De modo que hay preciosos hilos conductores de la historia tal como las ve Dios, que escapan a los desatentos.

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Ver: «El linaje de Judá en Irlanda»

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