esperamos con mucho anhelo que él regrese… Él tomará nuestro débil cuerpo mortal
y lo transformará en un cuerpo glorioso, igual al de él
Filipenses 3, 20-21

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04/21/2014

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by Gary Wilkerson

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Los pequeños comienzos, eventualmente, pueden generar un efecto en comunidades enteras. Cuando mi padre, David Wilkerson, comenzó una iglesia en Times Square, la zona principal en la calle 42 era un oscuro desastre. Cada pocos metros se podía ver a un traficante de drogas o una prostituta o un teatro porno. La estrategia de mi papá para cualquier ministerio fue siempre comenzar con oración, y me pidió que dirigiera una reunión de oración el viernes  por la noche en la iglesia.


Esas primeras reuniones atrajeron veinte a treinta personas. Fielmente clamamos a Dios que trajera el cambio en la ciudad. Con el tiempo, nuestras reuniones crecieron a casi ochocientas personas. A medida elevábamos nuestras voces en trabajo de oración, Dios puso una carga en nuestros corazones por la calle 42. Así que dirigimos nuestros esfuerzos de oración a la calle, donde repartíamos folletos.


Pronto nos dimos cuenta de los cambios que comenzaron a tomar lugar. Hubo menos drogadictos y prostitutas alrededor. Uno a uno, los palacios de porno se fueron cerrando. Por último, una inmobiliaria entró en escena y compró propiedad tras propiedad. Hoy en día, el principal negocio presente en Times Square es la Walt Disney Company, y ahora puede que la calle 42 sea la cuadra más sana de la ciudad de Nueva York. Creo que esto se debe en parte a un pueblo en oración que le creyó a Dios para hacer grandes cosas.


El primer efecto de un testimonio piadoso es la edificación de nuestra fe. El segundo efecto es la edificación de la fe de los demás: “Pareciera que estoy jactándome demasiado de la autoridad que nos dio el Señor, pero nuestra autoridad los edifica a ustedes, no los destruye” (2 Corintios 10:8 NTV). Pablo está diciendo, en esencia: “Dios no solo obró poderosamente a través de mi vida. Su obra en mí y a través de mí está destinada a avivar tu fe para hacer obras mayores.” Nuestra fe es contagiosa. Construye la fe de los demás para involucrarse en actos de valentía mayores.


El alarde final de Pablo es curioso: “Si debo jactarme, preferiría jactarme de las cosas que muestran lo débil que soy” (11:30). Su punto es éste: Nuestro buen testimonio nunca es el resultado de nuestras propias fuerzas. Nuestra jactancia siempre será: “Sin Dios, no sería un asesino de gigantes, sino un pastor de ovejas. No sería un edificador de muros, sino un copero del rey. No sería  un libertador, sino un pastor errante en el desierto egipcio”.


Nuestro testimonio nunca vendrá de nuestra propia fuerza, celo o esfuerzo. Si nos apoyamos en cualquiera de estas cosas, nuestro testimonio perderá su poder. Pero mientras más reconocemos nuestra incapacidad, el poder Dios reposará aun mas sobre nosotros: “Él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad». Así que ahora me alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí.” (2 Corintios 12:9, NTV).

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