esperamos con mucho anhelo que él regrese… Él tomará nuestro débil cuerpo mortal
y lo transformará en un cuerpo glorioso, igual al de él
Filipenses 3, 20-21

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03/02/2014

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by Gary Wilkerson

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Isaías se refería a Jesús cuando profetizó estas palabras: «Así dijo Jehová: En tiempo aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé; y te guardaré, y te daré POR PACTO AL PUEBLO, para que restaures la tierra, para que heredes asoladas heredades» (Isaías 49:8, énfasis mío).


Como iglesia de Jesucristo, celebramos el anuncio profético de Isaías cada Navidad. El profeta declara que Dios está a punto de enviar a Su Hijo como la respuesta a cada clamor y oración. Pero este versículo implica más de lo que usualmente asociamos con la historia del bebé en el pesebre. Se nos dice que Jesús fue enviado en forma humana para revelar el pacto de Dios con el hombre: «Te daré por pacto al pueblo».


Cuando Dios nos dio Su Nuevo Pacto, Él no estableció un nuevo sistema con un conjunto nuevo de reglas. En lugar de ello, Él nos envió a una persona: Jesús, como El Pacto.


El Antiguo Pacto era un conjunto de reglas basado en condiciones. Éste declaraba: «Si tú haces esto o aquéllo, entonces Dios te dará vida. Pero si no lo haces, te perderás la bendición de Dios». Por supuesto, el pueblo nunca alcanzaba el estándar de Dios. No fueron capaces de guardar Su ley, la cual era santa y pura, y, como resultado, sus vidas eran acosadas por la culpa, la vergüenza y la desesperación.


En algún momento, decidimos que el Antiguo Pacto de Dios debía ser modificado. Pero Jesús no vino para modificar un Pacto: Él vino como El Pacto. Él no vino a mostrarnos las bendiciones de la gracia: Él es la bendición de la gracia.


A lo largo de la historia de la iglesia, hombres como Lutero y Wesley han enfatizado cuán importante es para el pueblo de Dios entender el Nuevo Pacto. Ellos lo vieron como una cuestión de dividir correctamente la Palabra de Dios, entendiendo lo que es la ley y lo que es la gracia. Si no somos capaces de comprender esta materia, dijeron ellos, estamos condenados a una vida de desesperación. Lutero y Wesley sabían que esto era verdad porque ellos mismos habían experimentado dicha desesperación.


Esta es la diferencia: Bajo el Nuevo Pacto, la ley de Dios ya no era una norma externa por la cual luchar. En cambio, Su ley sería escrita en nuestros corazones a través del Espíritu Santo: «…el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Romanos 5:5).
Somos llenos del Espíritu Santo, la vida misma de Dios, para ayudarnos a obedecer Su Santa Palabra. Cristo nos amó y se entregó por nosotros para que podamos tener esta novedad de vida.

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