esperamos con mucho anhelo que él regrese… Él tomará nuestro débil cuerpo mortal
y lo transformará en un cuerpo glorioso, igual al de él
Filipenses 3, 20-21

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Los sefardíes son los descendientes de los judíos que vivieron en la Península Ibérica (España y Portugal) hasta 1492, y que están ligados a la cultura hispánica mediante la lengua y la tradición. Se calcula que en la actualidad, la comunidad sefardí alcanza el millón y medio de integrantes, la mayor parte de ellos residentes de Israel, los Estados Unidos de América y Turquía.


Desde la fundación del Estado de Israel, el término Sefardí se ha usado frecuentemente para designar a todos aquellos judíos de origen distinto al Ashkenazi (judíos de origen alemán, ruso o centroeuropeo). En esta clasificación se incluye a los judíos de origen árabe, de Persia, Armenia, Georgia, Yemen e incluso India, que no guardan ningún vínculo con la cultura hispánica que distingue a los sefardíes. La razón por la cual se utiliza el término indistintamente es por las grandes similitudes en el rito religioso y la pronunciación del hebreo que los Sefardíes guardan con las poblaciones judías de los países antes mencionados, características que no se comparten con los judíos Ashkenazíes. Por eso hoy en día se hace una tercera clasificación de la población judía, la de los Mizrahim (del hebreo מזרחים ‘Oriente’), para garantizar que el término «Sefardí» haga alusión exclusivamente a ese vínculo antiguo con la Península Ibérica.


Los judíos desarrollaron prósperas comunidades en la mayor parte de las ciudades españolas (excepto en el País Vasco). Destacan las comunidades de las ciudades de Toledo, Sevilla, Córdoba, Ávila, Granada, Segovia, Soria y Calahorra. En el reino de Aragón las comunidades (o Calls) de Zaragoza, Gerona, Barcelona, Tarragona, Valencia y Palma de Mallorca se encuentran entre las más prominentes. Algunas poblaciones, como Lucena, Ribadavia, Ocaña y Guadalajara se encontraban habitadas principalmente, por judíos. En Portugal, de donde muchas ilustres familias Sefardíes son originarias, se desarrollaron comunidades activas en las ciudades de Lisboa, Évora, Beja y en la región de Trás-os-Montes.


La Reconquista paulatina de la Península Ibérica por parte de los Reinos Cristianos propició, de nueva cuenta, un ambiente de tensión con relación a los judíos, que se siguieron desarrollando en la mayoría de las actividades financieras. La situación, para algunas familias inclusive, resultó muy provechosa, ya que alcanzaron prestigio y favor a los ojos de los reyes cristianos, conservando sus antiguos privilegios. Es interesante recalcar el hecho de que la Corona de Aragón, protegió a muchas familias hebreas durante los años de la Reconquista, mientras que muchas de las familias nobles catalanas y aragonesas emparentaron con frecuencia con los judíos, con el fin de incrementar fortunas o condonar deudas con sus acreedores hebreos.


La riqueza de la que eran dueños los judíos y su reciente entrada a las cortes cristianas, aunado a su manera ostentosa de ser, los hizo odiosos a los ojos del pueblo y de la jerarquía católica, que los consideraba crucificadores de Jesucristo e incluso, practicantes de ritos satánicos. En algunas ciudades, los judíos eran acusados de envenenar los pozos, secuestrar niños para beber su sangre o de querer, en contubernio con la nobleza, convertir a la población al judaísmo. Esto, en algunos casos, ocasionó violentas persecuciones, intrusiones y matanzas en las juderías, e incluso, expulsión de las ciudades.


El proceso de la Reconquista implicaba, para poder asegurar una verdadera unidad política y social, la uniformidad religiosa. La unidad política, mediante el matrimonio de los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel de Castilla, llevó a la solicitud del establecimiento en España del Tribunal del Santo Oficio, mejor conocido como la Inquisición. En el año de 1478, el Papa Sixto V aprueba su establecimiento en la Península Ibérica y en sus posesiones del Mediterráneo. Como primer Inquisidor General, se nombra al dominico Tomás de Torquemada, confesor personal de la reina de Castilla y hombre fundamental en la expulsión de los judíos de España.


Torquemada, ferviente enemigo de la presencia judía en la península, propuso varias veces a los Reyes Católicos considerar la expulsión de los hebreos de España, moción que encontró oposición en el rey Fernando, quien tenía intereses y negocios con muchas familias judías aragonesas, tales como las familias Cavallería y Santangel quienes en parte, financiaron la expedición que llevaría a Cristóbal Colón a descubrir América. Incluso, numerosos historiadores como Benzion Netanyahu y Henry Charles Lea, aseguran que la madre de Fernando de Aragón, Juana Enríquez, descendía de judíos convertidos al catolicismo en el siglo XIV. Fuentes históricas citan la labor de convencimiento que Torquemada hizo al rey católico. El Inquisidor entró durante una audiencia que sostenía Fernando de Aragón con los Sefardíes, con un crucifijo en la mano y arrodillándose ante el rey pronunció: Judas Iscariote traicionó a Cristo por treinta denarios, y vosotros queréis ahora venderlo por treinta mil. Aquí está él, tomadlo y vendedlo.. (Sevilla Sefardí, 2006)


A la toma de la ciudad de Granada de manos del caudillo moro Boabdil, en el año de 1492, se firma el Edicto de la Alhambra en el que se pide, o la conversión de los judíos españoles al cristianismo, o su salida definitiva del territorio en un plazo de tres meses. Famosa es la intervención de un judío ilustrísimo y de familia noble, tesorero personal de los Reyes Católicos, Don Isaac Abravanel, quien les solicitó la reconsideración de tal disposición. Los Reyes Católicos ofrecieron a Abravanel y a su familia garantías y protección, sin embargo, salió junto con sus compatriotas al exilio. Abravanel se cuenta hoy entre los nombres de quienes gestionaron el apoyo financiero a la expedición de Colón.


La salida de los judíos comenzó en poco tiempo. En todas las ciudades de España, las aljamas quedaron desocupadas. Un cronista de la época, Andrés Bernáldez, describía así la salida de los judíos de la ciudad de Zaragoza: Iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros moriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no oviese dolor de ellos…. La expedición de Cristóbal Colón tuvo irremediablemente que salir del puerto de Palos de Moguer, ya que los muelles y líneas de los puertos de Cádiz y Sevilla se encontraban repletas de navíos que llevaban a los judíos al exilio. Serían necesarios 500 años para poder volver a hablar de una experiencia judía en España.


La Bienvenida, obra de Mevlut AkyıldızLos Sefardíes se repartieron entonces por varios países. Algunos se establecieron en el sur de Francia, en las ciudades de Bayona y San Juan de Luz. Otros fueron a Portugal primero, de donde también serían expulsados, dirigiéndose una proporción de hebreos a países como Holanda y las ciudades hanseáticas del norte de Alemania, como Bremen o Hamburgo. Algunos más se esparcieron en los reinos moros de Marruecos o incluso Siria, mientras que una pequeña fracción de ellos se establecieron en países como Dinamarca, Suiza o Italia. Muchos sefardíes permanecieron en España bajo una supuesta apariencia cristiana (marranos) y posteriormente, se trasladaron a algunas islas del Caribe como Jamaica, o incluso a Brasil, Perú y México, donde muchos de ellos participaron de las campañas conquistadoras y expansionistas de España y Portugal.


Sin embargo, la gran mayoría de los Sefardíes serían recibidos en el Imperio Otomano, que a la sazón estaba en su máximo apogeo. El sultan Bayaceto II permitió el establecimiento de los judíos en todos los dominios de su imperio, enviando navíos de la flota otomana a los puertos españoles y recibiendo a algunos de ellos personalmente en los muelles de Estambul como consta una pintura del ilustrador Mevlut Akyıldız. Es famosa su frase: Aquellos que les mandan pierden, yo gano. (Pulido, 1993).


Los sefardíes en el Imperio Otomano


Los Sefardíes establecieron cuatro comunidades en el Imperio Otomano, por mucho, más grandes que cualquiera de las de España, siendo las dos mayores, la de Salónica y la de Estambul, mientras que la de Esmirna, en Turquía y la de Safed, en Palestina, fueron de menor tamaño. Sin embargo, los sefardíes se establecieron en casi todas las ciudades importantes del imperio, fundando comunidades en Sarajevo (Bosnia), Belgrado (Serbia), Monastir (Macedonia), Sofía y Russe (Bulgaria), Bucarest (Rumanía), Alejandría (Egipto) y Edirne, Çanakkale, Tekirdağ y Bursa en la actual Turquía.


Los judíos españoles, rara vez se mezclaron con la población autóctona de los sitios donde se establecieron, ya que la mayor parte de éstos, eran gente educada y de mejor nivel social que los lugareños, situación que les permitió conservar intactas todas sus tradiciones y mucho más importante aún, el idioma. Los Sefardíes continuaron, durante casi cinco siglos, hablando el castellano antiguo, mejor conocido hoy como judeo-español que trajeron consigo de España, a diferencia de los Sefardíes que se establecieron en países como Holanda o Inglaterra. Su habilidad en los negocios, las finanzas y el comercio les permitió prodigarse, en la mayoría de los casos, niveles de vida altos e incluso, mantener su estatus de privilegio en las cortes otomanas.


La comunidad hebrea de Estambul mantuvo siempre relaciones comerciales con el Diván (órgano gubernamental otomano) y con el sultán mismo, quien incluso admitió a varias mujeres sefardíes en su harém. Algunas de las familias Sefardíes más prominentes de la ciudad, financiaban las campañas del ejército otomano y muchos de ellos ganaron posiciones privilegiadas como oficiales de alto rango. Los Sefardíes vivieron en paz por un lapso de 400 años, hasta que Europa comenzó a afrentar sus dos Guerras Mundiales, el colapso de los antiguos imperios y el surgimiento de nuevas naciones.


La amistad y excelentes relaciones que los Sefardíes tuvieron con los turcos persiste aún a la fecha. Un prudente refrán Sefardí, que hace alusión a no confiar en nada, prueba las buenas condiciones de esta relación: Turko no aharva a cidyó, ¿i si le aharvó? (Un turco no golpea a un judío, ¿y si en verdad lo golpeó?). (Saporta y Beja, 1978)


¿En qué países habitan hoy los judíos sefaradies expulsados de España por los Reyes Católicos?


Esta pregunta me cae como anillo al dedo porque yo soy judío sefardita, y la respuesta es la siguiente:


Después de que los judíos fueron expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492 se dispersaron por toda la cuenca del Mediterráneo, principalmente en lo que entonces era el Imperio Otomano y que abarcaba lo que hoy es Turquía, el norte de África y los Balcanes. También se alojaron en Italia, Portugal, Holanda (donde nació el célebre filósofo Baruch Spinoza) e Hispano América donde emigraron en calidad de criptojudíos ( es decir como judíos conversos al cristianismo que practicaban en secreto su antigua religión). Ya en el siglo XVII algunos de ellos emigraron a Inglaterra y a sus colonias de América del Norte donde siguen viviendo sus descendientes.A pricipios del siglo XX, muchos judíos sefarditas emigraron a los Estados Unidos y a América Latina (México,Cuba, Venezuela, Argentina y Brasil principalmente), y a partir de 1948 muchos han emigrado al Estado de Israel desde Turquía, Marruecos, Túnez y el Yemen, principalmente. Muchos de los judíos sefarditas que vivían en los países balcánicos a principios del siglo XX (Grecia,Yugoslavia y Bulgaria) fueron asesinados por los nazis durante el Holocausto.


Para resumir podemos decir que actualmente los judíos sefarditas viven principalmente en:


Los Estados Unidos y Canadá

Israel

La Unión Europea

América Latina

Turquía.


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